La vida nos hizo un
llamado
Recuerdo los sucesos de esas tres
semanas como si fueran hoy. Tengo la foto en mi retina el momento en que Gus,
mi marido, entraba a casa con cara de desesperación y tristeza, para darme esa
cruel noticia: Paz, nuestra Pachi, tenía el Síndrome Urémico Hemolítico.
Desplomada y sin fuerzas me preguntaba por qué a ella, por qué a nosotros, si
cuidamos y protegemos a nuestras hijas como nadie en el mundo. Miles de
preguntas pasaron por mi mente en tan solo dos segundos, pero nos tocó a
nosotros y debíamos enfrentar la situación.
Llorando, comenzamos a armar el
bolso, eligiendo la ropa de nuestra pequeña de solo dos añitos. Ella dormía la
siesta, la despertamos, la cambiamos y nos fuimos al hospital. Fue así que
durante una semana pasamos los peores días de nuestras vidas. Esperando todas
las mañanas los resultados de sus análisis, rogándole a Dios obtener buenas
noticias, y a medida que nos daban esas buenas noticias las festejamos como si
fuere el día que nació, teníamos esa sensación de felicidad única e inexplicable.
Esa felicidad de ver a tu hija luchar contra una horrible enfermedad y saber que
la estaba venciendo.
Un día ingresó la Doctora a la
habitación y anunció que Pachi podía ir a casa, a jugar con sus juguetes, a
dormir en su camita, a reencontrarse con su hermana Solcito, esa hermana dulce
y fuerte que soportó esa semana mejor que nosotros. Nuestra guerrera ganó la
batalla.
Con el tiempo, fui comprendiendo
que la vida nos hizo un llamado y alertó nuestro camino: hay que dejar de ver
problemas que no son, para comenzar a
vivir las pequeñeces que esa misma vida se ocupa en regalarnos, y que nos
llenan el alma.
Sentarse a jugar con tus hijos,
escucharlos, entenderlos y estar cien por ciento conectados con ellos. Decirle
“te amo” a tu pareja, lo importante que es para tu vida o darle un mimo y un
abrazo. Llamar a tus papás tan solo para saber que hicieron el domingo,
sentarse a hablar, escucharlos o compartir una comida con ellos, porque nos
esperan y quieren saber de nosotros. Darles el lugar a los abuelos que mimen y
malcríen a sus nietos sin medidas, tan solo porque son sus abuelos y eso los
hacen felices. Recibir a tus amigos en
casa y agasajarlos con todo lo que se merecen, reírse con ellos o simplemente
escuchar música en silencio. Decirles a tus hermanos y sobrinos que los adoras
con el alma. ¡Viajar! viajar mucho, que nos hace crecer y tener experiencias inolvidables,
que llegan a crear lazos fuertes entre las personas. Perdonar y pedir perdón,
esa palabra tan difícil que cuesta salir de nuestras bocas, y es tan poderosa
que hace posible despojar nuestro orgullo y odio del alma y si no lo hacemos
puede que algún día nos cueste caro. Tolerar,
escuchar y entender al otro. Son acciones posibles, que están al alcance de
nuestras manos.
Trabajar horas y horas por alcanzar un puesto de Gerente General, nos hace crecer
desde lo material pero no en lo espiritual. No digo que el trabajo no es
relevante, en definitiva es parte del alimento de nuestra autorrealización, nuestra
sustentabilidad económica. Pero el trabajo viene y se va, su tiempo lo podemos
perder y recuperar. Con los afectos no
sucede lo mismo, el tiempo perdido en ellos es irrecuperable.
La enfermedad de Pachi nos dejó una
huella en nuestras almas. Ni nadie, ni nada nos prepara para enfrentar algo
así. Ahora no es más que un mal recuerdo, pero esta experiencia nos dejó un gran
saber. Esas tres semanas nos marcó para toda la vida, cambió nuestro destino.
Pachi y Solci nos enseñaron a enfrentar la vida y disfrutar de ella al máximo.
Hoy tenemos dos hijas hermosas y sanas, y estamos convencidos que la familia
que logramos crear es la razón de nuestra felicidad. Mi acto de solidaridad, se
trata de esto, desde lo que le tocó vivir a mi chiquita, transmitir lo que
aprendimos después de un duro golpe, y
que los demás abran los ojos, sin necesidad de pasar por lo que nosotros pasamos.
Y como bien dice el escritor bogotano Eduardo Alighieri “Cada caída implica un
aprendizaje, cada aprendizaje crecimiento”.
Erika Griffiths
Sobre el Síndrome Urémico Hemolítico
El SUH, es una enfermedad
endémica, causada por la Bacteria Escherichia Coli. Al ingresar al organismo
produce una toxina que afecta principalmente a la función renal y la sangre,
también al sistema nervioso central, corazón y páncreas. Es la primera causa de
insuficiencia renal aguda en niños menores de 5 años según la Sociedad Argentina
de Pediatría. Puede causar la muerte o dejar secuelas para toda la vida, como
insuficiencia renal crónica, hipertensión arterial y alteraciones neurológicas.
El país de Argentina, presenta la incidencia más alta del mundo, más de 500
casos son registrados anualmente. El 10% de los chicos que toman contacto con
la bacteria desarrollan en SUH, el 5% resulta mortal. En la actualidad no
existen antibióticos que eliminen la bacteria, solamente tratamientos de
contención que reemplazan lo que va destruyendo la toxina, por ejemplo
transfusiones de sangre, diálisis, tratamiento de presión. La única batalla
contra esta enfermedad es la prevención.[1]
Investigando, me encontré con el
admirable trabajo de Federico y Verónica, papás que perdieron su bebé de tan solo
un año y cuatro meses a causa del SUH. A pesar de su dolor, no dudaron en hacer
frente a esta enfermedad y crearon la Fundación Ciro de Santadina que persigue la misión
de investigar, capacitar, difundir y prevenir
el Síndrome Urémico Hemolítico a fin de erradicarlo. Brindan
asesoramiento integral y ayudan a las familias que han sido afectadas,
para alcanzar una mejor calidad de vida. Uno de los proyectos que realizan junto al Conicet, es investigar el desarrollo de la vacuna para impedir la
colonización intestinal, en bovinos y
otros animales. [2]